FITUR: Canaperos viajeros

El lenguaje críptico siempre ha cautivado a la humanidad. Voluntariamente o impuesto, es otra forma de poder. En muchos casos se utilizaba (y se utiliza) para someter a los súbditos/ciudadanos/pacientes/clientes bajo el yugo de la ignorancia como ocurrió con el empleo del latín por la iglesia, por ejemplo, pero también con el derecho, la medicina…todos los poderes fácticos. 
Ahora, más sibilinamente, el lenguaje también se utiliza para camuflar o confundir. Por ejemplo, como cuando se dan los datos de los asistentes a una manifestación o cuando se interpretan los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), que es como decir ‘datos de empleo’. Según qué grupo extraterrestre –y lo digo porque las llamadas para que los diputados regresen a sus escaños en el Congreso se hace con un soniquete como el de la película encuentros en la tercera fase, de S. Spielberg- interprete de los datos.

Ahora se está celebrando FITUR en IFEMA y, como cada año, hay situaciónes incomprensibles e interpretables. Por ejemplo, las presentaciones oficiales en los stands. a las que acuden los amigos y familiares de los ponentes y también ver como la gente carga con ingentes cantidades de folletos para nada, sin reparar en los miles de árboles que se han talado para que vayan a la basura o el llenazo de canaperos profesionales que se agolpan a la hora del almuerzo en las traseras de los stands.

Pero lo de los canaperos tiene tela y casi firma de autor. Nadie sabe cómo se las apañan, pero todos aparecen con acreditación; es más, son inflexibles cuando alguno de los expositores ‘falla’ en algo como en no haber previsto que ellos iban a tomarse más de diez mejillones por cabeza. Me recuerdan a Renaud, en la película Casablanca, cuando después de recibir cohímas de Rick cierra su café porque, ¡oh escándalo!, es un casino donde se juega.

Yo les admiro –a los canaperos- porque son capaces de conseguir que les inviten a un viaje a las Seychelles, a una cena en el hotel Ritz o colocarse al lado de Shakira o Beyoncé mientras mueven las caderas. El caso es estar allí. Si en un acto regalan una mochila, ellos son los primeros en conseguirla (una, dos..o las que puedan); si regalan aceite o vino, volverán una y otra vez a la cola o se llevarán dos o tres botellas aunque estén contadas.Son capaces de debatir sobre la física cuántica, los alimentos funcionales, la propia EPA o la cocina de autor sin despeinarse. Y sea cierto o no, la verdad es que yo desconecto.

Los canaperos, ahora muchos de ellos disfrazados de bloggers, consiguen engañar a las marcas y empresas que, buscando la gratuidad o el bajo coste de las acciones en comunicación, no dudan en invitarles para que hagan ‘ruido mediático’, cuando el ruido que hacen es como el de las abejas en el panal, que atraen a otras a la miel. Pero es lo que tiene Internet: que no sólo ha destrozado los derechos de autor y confundido los sentimientos sociales más analógicos, sino que ha fomentado la expansión del virus canapero. Y yo brindo por ello, porque me hace gracia la gente que se busca la vida, aunque sea inexplicable desde un punto de vista ‘profesional’. Es como una imagen de marca; como una firma imborrable: aquí estuve yo, canapero profesional.

Una firma casi tan imborrable como la de los albañiles. Y me explico: la primera vez que tuve conciencia de lo que era una firma de verdad ocurrió con la adquisión de mi primer piso. Y esta especie de encuentro en la tercera fase no tuvo lugar en el banco, con la firma de hipoteca, sino al entrar por primera vez en la vivienda. Esa firma, marca España y branding del ladrillo, fue una mierda, y perdón por la expresión. Literal. Una mierda o cien gramos de mortadela o un pino plantado, que se dice coloquialmente, que me dejó el albañil X en el urinario. Como si fuera un tatuaje escatológico, eliminar ‘el muñeco’ fue un suplicio y solo un escobillón de raíces logró despegar ‘el regalo’.

Un día, hablando con un canapero de cómo algunos jubilados, con la crisis, habían pasado primero, de ver las obras –por los recortes en la construcción- a ir al gym y a la piscina; y de ahí, por los ERE, a disfrutar de sueldos y una vida de marajás, mi amigo el canapero me hizo ver la luz: Internet es un medio, no un fin. me dijo, como si fuera Einstein. Jamás podrá acabar con las cosas auténticas, como la boñiga de un albañil en un water nuevo y meterse al cuerpo unas buenas viandas. Eso seguro. Nos reímos del chiste en ‘amor y compañía’ mientras nos apretábamos un pulpito, una empanada y unos vinos a la mayor gloria del expositor.


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